La economía americana andaba por los suelos, se agudizaría más nuestra añeja crisis. Un “hombre joven de piel oscura” tomaba juramento como presidente de su nación -cumpliendo las profecías de Nostradamus y las hollywoodenses-. ¿Yo? También tomaba posesión… de un nuevo trabajo que me retaba a romper otros esquemas… los educativos.
Y así, entre jaleos y resistencias docentes, llegó el nuevo virus. Las medidas sanitarias fluyeron junto con el otro virus, el de siempre, el más arraigado en el pueblo. Al nuevo, se le bautizó como “AH1N1”; el de siempre por su parte, ya tenía nombre: la ignorancia; que sigue causando la muerte del alfabetismo cultural, higiénico y educativo; dejando la secuela más temida: mediocridad.
La inspiración me envolvía, sabía cómo hacerlo, cómo implementar las competencias que requiere la educación institucional, más al mismo tiempo otra inspiración me abandonaba, moría. No la mató la influenza, sino el peso de una vida sin treguas. Benedetti deja un vació en mi mente, en mi ser ¿quién de nosotros podrá llenarlo?
Las finanzas no mejoran, no importa “nos vamos al mundial” y eso, alivia cualquier tensión nacional, incluyendo el aumento a los impuestos, paliativo para la pulmonía económica. Mientras, el planeta pide ese respiro que todos sabemos necesita para no explotar, y que en Copenhague no están dispuestos a dar.
¿De dónde surgen estos cambios educativos? Es la pregunta de siempre. Respuesta: hace veinte años, una nación se reunificó, derrotó el muro que la dividía y nos enseño que se necesita más que teorías para vivir; el pragmatismo de la teoría se hace obligatorio. Alemania es un Fénix.
A Obama por su parte, las encuestas no lo favorecen, pero, los suecos sí. El premio se le otorga por sus llamadas a reducir las armas nucleares y trabajar como Miss Universo: “Por la paz mundial” ¿Cuándo veremos sus palabras en acción?
¿Y yo? Pues asegún trato de modificar tradicionalismos educativos y personales; y podría hacer mil cosas más en este mundo tecnificado y globalizado, sin embargo, sigo buscando a quién preguntar: ¿te gustaría platicar?
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